Acababa de cumplir dieciséis y sus padres le habían hecho el mejor regalo del mundo, un nuevo caballete y las pinturas más hermosas que ella jamás hubiera visto, tenía un poco de miedo pero aun albergaba la esperanza de que este caballete no tuviera el mismo efecto que el anterior, ella quería pintar cosas bonitas.
Puso todo al borde de la terraza para poder ver la calle y encontrar allí la inspiración que necesitaba, desde su quinto piso todo se veía pequeño, pero ella reconocía perfectamente cada detalle del exterior, había un niño sentado en una banca a mas o menos media cuadra, no tendría más de doce, parecía estar esperando a alguien, no importaba. Adelaida tomó un trozo de carboncillo y muy delicadamente empezó a trazar las líneas de su boceto, sucedía algo curioso con su forma de pintar, era como si en el mismo instante que la punta del carboncillo tocaba el lienzo ella perdiera el dominio de su cuerpo, como si alguien más usara sus manos para pintar, como si ella no fuera más que la espectadora de un pequeño milagro que sucedía frente a sus ojos, aunque no sabía si milagro era la palabra correcta para definirlo, en fin, no importaba. Lo primero que su mano trazó fue el contorno del rostro del niño, luego sus ropas, pero algo cambió: no lo estaba dibujando sentado en la banca, era más como si estuviera de pie caminando, pero ya no podía detener sus manos, estas llevaban el carboncillo con fuerza, definiendo cada línea en un solo trazo, un trazo perfecto.
Vio como ante sus ojos se definían los contornos de la calle y como iban apareciendo cada una de las farolas y las plantas que habían allá abajo, sabía lo que iba a pasar y quería detenerse pero su cuerpo ya no le respondía, ya no le pertenecía… su padre había dicho que tenía el mismo talento que la abuela, y la abuela había muerto hacia una año de una manera muy rara, un día era la persona más feliz del mundo y, al día siguiente, la habían encontrado colgando de una de las vigas de su cuarto, eso no tenía por qué haber pasado, pero al fin ya no importaba.
El boceto estaba listo, ahora solo quedaba empezar a ponerle color a la escena, si, era el niño cruzando la calle, nada más común, por un momento se tranquilizó al ver que no había nada extraño ni peligroso en el cuarto, pero sus nervios volvieron al recordar que siempre pasaba lo mismo, desde hace un año sus pinturas habían adquirido un tono diferente, ya no eran el reflejo de felicidad que solían ser, no, ahora eran cuadros oscuros y tenebrosos, y ella tenía cada vez más miedo; su mano izquierda empezó a mezclar los colores sobre la paleta que sostenía con su derecha, si, era zurda, como la abuela, todos decían que se parcia a la abuela…
Pinto el sol con su color naranja rojizo propio del atardecer, era tarde, sus padres pronto llegarían y entonces ella podría dejar de pintar, era la única forma de que este cuadro no terminara igual que los otros, suavemente difumino el blanco de las nubes que se retiraban con el dorado de aquellas que estaban más cerca del sol y las sombras moribundas que se proyectaban en toda la calle, era un magnifico atardecer, luego su mano empezó a dar color a los edificios desde los más lejanos hasta los que estaban más cerca, ya estaba empezando a oscurecer, las farolas de la calle se estaban empezando a encender, así que las pintó ya encendidas, luego delineó suavemente el contorno de los postes y los cables de la electricidad, todo con el mayor esmero y detalle, casi parecía que se pudiera entrar en el cuadro; ahora seguía la calle, con destreza inigualable mezcló el color justo para igualar al gris del pavimento, mientras el niño se levantaba de su banca y empezaba a cruzar la calle perezosamente hacia su madre que lo esperaba en la otra acera.
La escena estaba casi terminada, ella acercó el rostro al lienzo para definir los detalles del niño, sus zapatillas deportivas, su chaqueta y el pantalón roto en las rodillas, todo estaba quedando perfecto; su corazón estaba acelerado, tanto que podía sentir como si estuviera a punto de estallar en sus oídos, el pequeño cruzaba la calle mientras ella terminaba de delinear su cara ya casi terminaba. Pero aun faltaba algo, el toque final.
El sol agonizaba en sus últimos segundos de luz mientras ella agregaba algo a la escena, un detalle que no estaba hasta entonces, definió sus contornos en un color negro que contrastaba con el gris blancuzco del pavimento, unas proyecciones de luz muy brillantes y el niño estaba viéndolo, el brillo de los cristales, si ahora sí que había terminado, sus manos volvían a pertenecerle. Miró el cuadro por un segundo y palideció como jamás lo había hecho: el lienzo mostraba al chico en mitad de la calle, mientras su madre miraba desesperada e impotente como un auto se acercaba a enorme velocidad y sin el menor asomo de compasión lo atropellaba.
Apenas tuvo tiempo de asomarse al borde de la terraza cuando el grito desgarrado de la madre rompió el silencio imperante en aquella tranquila calle, no hubo ruido de neumáticos, porque quien iba conduciendo ni siquiera se tomo la molestia de frenar, simplemente siguió derecho y, unos metros mas allá estaba el niño rodeado en un charco de su propia sangre con las piernas fracturadas y sin ninguna esperanza. Su madre corrió tan rápido como pudo, pero ya no había mucho que hacer, el pequeño estaba agonizando y no había poder en el mundo capaz de salvarlo.
Desde su quinto piso Adelaida veía su cuadro aterrorizada: una vez mas había pasado, ¡había pintado a la muerte!, empezó a llorar, tenía miedo y estaba sola y sus manos parecían estar malditas, desde hacía un año todo lo que pintaba moría y no había conseguido evitarlo ni detenerlo, ni siquiera podía parar cuando empezaba a pintar, no sabía por que, ¿Por qué precisamente ella?, lo sentía por el chico, lo sentía por la madre, y por todas aquellas muertes que había pintado.
Pero no era momento de llorar, había una manera de ponerle remedio a esto y ella sabia como, así que sin darse tiempo de pensarlo quitó el lienzo recién terminado del caballete y puso uno en blanco, estaba segura que podía hacerlo, tan segura que esta vez ni siquiera haría un boceto, sino que aplicaría las pinturas directamente sobre la tela, sabía lo que pintaría y sabia que al terminar nadie más moriría por su culpa; no había mas luz que la tenue iluminación que le llegaba desde la calle, pero eso era más que suficiente para ella, no necesitaba mucha luz para esto, con el pincel en su izquierda empezó a aplicar los colores del fondo, las sombreas, las líneas, si , este cuadro tardaría incluso menos que el anterior, menos que cualquiera, ella conocía muy bien a quien estaba pintando y, si por una vez las cosas salían como esperaba, esa imagen sería suficiente para acabar con las muertes.
Esta vez había algo distinto, Adelaida era completamente consiente de cada movimiento del pincel en su mano, esta vez era realmente ella quien estaba pintando, y no tardaría mucho, ya había pintado el fondo y todos los objetos que rodeaban al escena, incluso las ropas estaban listas, solo faltaba lo más importante: la cara, en esto puso todo el empeño por definir con la mayor exactitud posible la línea de los labios, el color de los ojos en la penumbra, un leve sonrisa, ¿Por qué no? Después de todo sería su último cuadro y debía ser hermoso… ¡listo! un segundo mas y, perfecto, estaba terminado.
Se quedó mirando el lienzo unos segundos, era precioso, aun con la poca luz que había en el momento sabía que era la pintura más bella que hubiera creado en su vida, pero ya no importaba, porque ahora sentía como una fuerza superior a ella empezaba a conducir sus piernas hacia el borde de la terraza, y ahora lo entendía todo, sabía que su abuela no había muerto, algo la había sesionado, y que igual ocurriría con ella, Adelaida la niña, Adelaida la artista, Adelaida… una pequeña lagrima se deslizo por su tierna mejilla mientras su cuerpo era arrastrado hasta donde no podría volver, por un momento alcanzo a ver la calle y deseó que no doliera, luego de eso… solo saltó.
Unos segundos después se abrió la puerta del apartamento del quinto piso y entro su padre, llamándola, buscándola, y al llegar a la terraza encontró las pinturas en el suelo, la luna asomándose perezosamente y en el lienzo la imagen de su Adelaida con una sonrisa en el rostro y saltando hacia la calle.

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